A sus 16 años, A. B. ya experimentaba una caída sin fondo en un pasmoso proceso de radicalización yihadista cuando, en el verano de 2022, se fue a un monte cerca de su casa de Sitges (Barcelona), colocó un explosivo que se había fabricado él mismo, lo detonó y grabó la prueba con el móvil. El adolescente hizo ese ensayo para difundirlo en redes sociales, las mismas en las que especuló con volar una gasolinera, o atropellar a la gente en alguna calle frecuentada, sin especificar en qué ciudad.
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