Cierro los ojos y me veo a mí mismo, en mi infancia, en una de esas tardes lluviosas de invierno en las que el aroma a palomitas recién hechas flotaba en el aire, y la marquesina del cine de barrio brillaba con luces y afiches de los próximos estrenos. Las colas de personas, sedientas de emociones y buscando alivio a la maravillosa enfermedad que es la cinefília...
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