"Desde hace 20 años, me paro cada mañana, enciendo el radio y escucho si alguien murió en el pueblo para poder asistir a su velorio. Este hábito no puedo evitarlo y nació desde el momento en que enterré a mi padre. Tengo 42 años, no tengo empleo y me declaro adicto a los funerales", confiesa Luis Squarisi, un brasileño con una la extraña afición de asistir a los sepelios.
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