No les gustaba la subida de tarifa en el metro de Madrid, así que los activistas tiraron del freno e impidieron durante 10 minutos que los trenes salieran. No les gustó que bloquearan el metro, así que los políticos convirtieron a los activistas poco menos que en terroristas y la policía respondió como ante una amenaza pública de primer orden. Los sucesos de estos días en Madrid —para unos “protesta” y para otros “sabotaje”— plantean lo difusa que es a veces la frontera a partir de la cual el activismo deja de ser permisible.
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