Los poderes públicos españoles exhiben una tolerancia creciente ante las demandas, cada vez más barrocas, de la creencia. La creencia exige que no se le sirva carne de cerdo o que no haya cabeza destocada. Y los poderes transigen. Se privilegia las creencias (míticas) sobre las opiniones (racionales): ¡con la vida eterna no se juega! Dado que no atino a ver por qué tendría un alumno más derecho a pedir pavo que a pedir castellano plantéese la reivindicación en estrictos términos religiosos. Fúndese una Iglesia, si es preciso. (Arcadi Espada)
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