Vivir más de 1.000 años, ver pasar reinados y culturas, aguantar heladas y sequías y sobrevivir a generaciones de hombres no es mal mérito para un solo árbol. Hacerlo para acabar arrumbado en la rotonda de una autovía o de una urbanización del extrarradio, con las raíces segadas y los brazos mutilados con motosierra no es el fin más digno para un venerable anciano, pero ese es el que le espera a los árbolesmás antiguos de la Península: los olivos.
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