Sé que mi abuelo lleva una espina por mi culpa, porque salí roja, atea y culé. Pero me respeta más que cualquier persona con la que me haya topado, a pesar de que, en su opinión, estoy equivocada en todos los sentidos en los que una persona puede equivocarse. Cuando hablo con él, frente a frente, me escucha en silencio, luego menea la cabeza. Con mucha pasión pero sin levantar la voz, me da su punto de vista y entonces me toca negar a mí. Mi abuelo, claro está, lee El Mundo y el ABC.
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