Comienza a las ocho de la noche y no suele terminar la tarea hasta las diez o las once de la mañana. Por ese trabajo de catorce horas le pagaban 20 pesos diarios (2 euros). Pero desde hace un año, Abigaíl trabaja gratis. No le pagan una sola moneda: sus minúsculas ganancias se las restan a la monstruosa y absurda deuda de 21.000 dólares que le cargaron a su madre viuda. El padre de Abigaíl murió cuando ella tenía 8 años, ahogado por la silicosis como tantos y tantos mineros.
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