El pasado jueves entré en un pequeño restaurante y, mientras me servían el primer plato, me fijé en que la camarera tenía una barriga levemente abultada. Podría haber sido un exceso de cerveza o embutido, pero no, aquel vientre venía con otro ser dentro. Cuando levanté la cabeza me imaginé un rostro sonriente, repleto de felicidad por llevar una nueva vida en su interior, pero me encontré todo lo contrario.
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