La otra cara de Fukushima la viven los trabajadores que siguen en ella hoy. Entre 6.000 y 7.000 personas trabajan a diario en condiciones penosas para intentar que no se convierta en un nuevo polvorín. En los dos últimos años, gracias a una reducción de la radiactividad ambiente en dos tercios de la central, los nervios están más calmados. Pese a todo, el personal no puede bajar la guardia, como recordó hace unas semanas un accidente mortal en las instalaciones.
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