Era un secreto a voces: los jesuitas abandonan Toledo, se marchan de la Ciudad Imperial, donde llegaron hacía el 1.500. Y se marchan no porque los vuelvan a expulsar de España. No, su renuncia a seguir en la capital de Castilla-La Mancha es fácil de vislumbrar: la falta de vocaciones ha conseguido más que Carlos III, por lo que nada tienen que hacer en la que en otro momento fue la urbe más importante del mundo.
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