La madrugada del 3 de febrero de 1947 el meteorólogo Gordon Toole salió del barracón que ocupaba en el aeródromo de Snag, una remotísima localidad de Yukón, Canadá. Desde hacía días él y sus colegas soportaban valores gélidos, capaces de congelar en minutos cualquier porción de piel que quedase al descubierto. Aunque sus seis huskies dormían acurrucados, el científico pudo escuchar con total claridad unos ladridos. No habría tenido mayor importancia si no fuera porque los perros en cuestión estaban en el pueblo, a seis kilómetros al norte.
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