Lucrecia Pérez Matos dejó la República Dominicana buscando una vida mejor. Llegó a Madrid con la esperanza de encontrar un trabajo y pagarle una carrera a su hija Kenia. Tras pasar veinte días trabajando en casa de un matrimonio, la dueña la despidió porque Lucrecia no sabía cómo poner una lavadora, ni siquiera cómo se usaba un grifo. Fue entonces cuando buscó refugio en una discoteca abandonada en Aravaca, donde ya dormían unos cuantos inmigrantes. Nunca imaginó que días más tarde un grupo skin-neonazi capitaneado por un guardia civil la matar
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