“Mi esposa Eva y yo estábamos desayunando en casa. Ella [era doctora] me había recetado unas pastillas para mi depresión. Le dije que ya las tenía, que cuántas me tenía que tomar. Me contestó que, por ella, como si me las tomaba todas y me moría. Yo estaba cortando queso y tenía el cuchillo en la mano. Si hubiera estado comiendo quesitos, pues igual no hubiera pasado nada. Pero como yo tenía el cuchillo…”.
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