Hace ahora diez años toda Europa se vio sacudida por la aparición de un nuevo mal: una variante de la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob que, a diferencia del resto de encefalopatías espongiformes bovinas, podía afectar a los seres humanos a través del consumo de ciertas partes de vacuno infectado provocándoles la muerte. En aquellos últimos meses del año 2000, y durante la primera mitad de 2001, el constante goteo de animales afectados por esta variante de la enfermedad en Inglaterra y Francia extendió la inquietud por el resto del continente.
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