Javier María escribe sobre Esperanza Aguirre: Se la veía paseando por las cercanías de un pueblo, Becerril de la Sierra, con un nutrido cortejo de individuos untuosos y temerosos, literalmente un séquito, como si fuera la dueña de un cortijo con sus capataces y peones. De pronto se soliviantaba y, señalando algo que quedaba fuera de plano –tal vez una construcción–, se volvía hacia el alcalde de Becerril, que iba escoltándola, y le decía en tono despótico y colérico: “¿Pero cómo has podido autorizar esa puta mierda?”