Si el capitalismo domesticó la contracultura del siglo XX, los algoritmos están haciendo algo peor: uniformar la cultura contemporánea, eliminando las voces disonantes que no encajan en su lógica. Si un medio no adapta sus titulares, formatos o narrativas para optimizar el tráfico generado por los algoritmos, queda relegado a la irrelevancia. Las ideas complejas, los análisis profundos o las perspectivas matizadas no tienen cabida en un ecosistema diseñado para premiar lo rápido, lo simple y lo extremo.