No debió ser fácil ser hijo de Carlos III, rey ilustrado y cuasi deificado por la historiografía, y al que atribuyen una de las más célebres frases que jamás nunca un rey dedicó a su heredero: “hijo mío, qué tonto eres”. Carlos IV procuró un reinado continuista, quizás por convencimiento, comodidad o por estar más centrado en su verdadera vocación: cazar. Desde el punto de vista numismático ese pretendido continuismo se aplica hasta llegar, para algunos, a uno de los aburrimientos más soberanos de la numismática española.
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