Los monasterios tendieron a ser autosuficientes y funcionaron como pequeñas ciudades. Su centro de gravedad era la iglesia monástica, donde se administraba la Palabra y se desplegaba un programa iconográfico que había de extasiar y educar a quienes tuvieran acceso a él. En torno a la iglesia se crearon enormes complejos arquitectónicos compuestos de múltiples edificios, unidos por diversos claustros o patios, tierras de labor y construcciones auxiliares de uso agropecuario, todo rodeado por la necesaria cerca que los aislaba del exterior.