Pero lo que me dejó atónito es que alguien de su edad hubiera escogido como gran y único regalo de cumpleaños unas zapatillas diseñadas en los ochenta y bautizadas con el nombre de un jugador al que no había visto jugar. Ni en vídeos de YouTube. Ni en documentales de la NBA. De hecho, es que no tenía la menor idea de quién era Michael Jordan. Ni le importaba. Tampoco jugaba ni iba a jugar al baloncesto. En ese momento me dejé llevar por el oficio, y corrí a hablar con él para entenderlo.
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