(...) Quizá sea su dureza impenetrable, su inmovilidad desafiante, o ese silencio cargado de secretos que sólo el cincel es capaz de desvelar. Los escultores han intuido siempre esta fuerza intrínseca que, una vez liberada de lo superfluo, da vida a formas, emociones y pensamientos. Fidias lo supo bien, cinco siglos antes de Cristo, al moldear los frisos del Partenón, donde la perfección matemática de cada figura no sólo reflejaba la belleza ideal, sino también el alma colectiva de una civilización. (...)