Campaba, feliz, señorial, el signo de apertura de la interrogación por las líneas de las cartas y los textos hasta que al final del siglo XX aparecieron unos teclados de goma, minúsculos, que decidieron desoírlo. A los que escribían les importaba más ahorrar tiempo y espacio en un SMS que escuchar cuándo arrancaba el canto ascendente de una pregunta. En parte, fueron los humanos. Y en parte, fueron las máquinas.
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