En el otoño de 1992 la Corte de Casación de Francia, el máximo tribunal para las apelaciones judiciales, exoneró de toda culpa a un reo. Hasta ahí, todo normal. Lo extraordinario fue que había sido asesorado por un jurado compuesto por juristas, historiadores y psicólogos, y que al agraciado lo habían ahorcado cinco siglos y medio antes, por lo que ya sólo podía rehabilitarse su memoria. Una memoria totalmente siniestra que le convirtió en uno de los seres más abominables de los que hay noticia: Gilles de Rais.
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