El óxido nitroso, "gas de la risa", hizo verdadero furor en las primeras décadas del XIX, primero en los salones de los aristócratas británicos y después en reuniones y exhibiciones populares por todo el mundo. Fue en una de ellas cuando un joven dentista estadounidense, Horace Wells, le encontró una aplicación mucho más seria: anestésico dental.
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