Los reputados doctores preferían mujeres jóvenes, preferiblemente primerizas, pobres e inmigrantes recién llegadas que no tuvieran a nadie que pudiera denunciar su desaparición. Cuando faltaba poco para dar a luz, eran conducidas con engaños, hacia un supuesto médico que las asistiría con su parto. Cuando llegaban a un lugar tranquilo eran asesinadas por asfixia con la intención de no dañar físicamente el cuerpo de la madre ni al niño. Una vez muertas, les cortaban la cabeza, los brazos y las piernas «para que no las pudieran reconocer.
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