Podrá estar en un piso 22 de la gigantesca Buenos Aires y disfrutando de un asado argentino, pero Michael Müller no necesita apuntes para hablar sobre lo que funciona y no funciona en Berlín, la ciudad de la que es alcalde, o en Europa, la idea que abraza: los inmigrantes son necesarios y bienvenidos, aun cuando los populismos sepan aprovechar con maestría ese miedo al diferente que desde siempre marca a la humanidad.
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