La desinformación ha calado hasta el punto de constituir un desafío para la cohesión social y política. Aunque no es un fenómeno nuevo, la crisis de los medios tradicionales, la eclosión de las redes sociales y el desarrollo tecnológico lo han llevado a una nueva dimensión. Nunca había sido tan sencillo ni tan rentable desinformar y nunca antes los consumidores habían estado tan predispuestos a contribuir a su propia desinformación.
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