Tras una infección, nuestro sistema inmunitario nos puede proteger contra el mismo patógeno durante meses e, incluso, años. Ni los anticuerpos ni los linfocitos B que los secretan desaparecen de golpe. Asimismo, los linfocitos “asesinos” o T CD8, que reconocen fragmentos del patógeno (antígenos), tampoco desaparecen totalmente.
Una pequeña parte de estos linfocitos generan una población de memoria capaz de “recordar”. Gracias a ella, podemos desarrollar vacunas con los fragmentos del patógeno que reconocen estos linfocitos B y T.