Un día de febrero de 2009, un niño de 13 años llamado Sasha Egger comenzó a pensar que la gente iba a venir a atacar a su familia. Su madre, Helen, observó con creciente pánico esa noche cómo su hijo, antes sano, olvidaba las reglas de Uno, su juego de cartas favorito, mientras jugaba. Ella comenzó a hacer llamadas telefónicas frenéticas a la mañana siguiente. Para entonces, Sasha estaba arrastrando los pies sin rumbo fijo por el patio, rompiendo papeles y metiéndoselos en los bolsillos. “Parecía un anciano con demencia”.