Como cualquier otra niña de 12 años, Gloria Tshipata se levanta temprano todas las mañanas para ir al colegio. Su día a día, sin embargo, es mucho más complejo que el de la mayoría de estudiantes de su edad. Vive en una casa de adobe junto a sus padres y sus cuatro hermanos en el campo de refugiados de Dzaleka, en Malaui, donde la escasez de comida, agua y medicamentos -agravada por el hacinamiento y la pandemia- supone un reto diario de supervivencia. El inglés le permite acceder a la ciencia y tecnología, dos de sus asignaturas preferidas.