Vayamos primero con los bebés, que empezarían a succionar el pecho tras percibir el olor que emiten las areolas de su madre —o, en tiempos, de una nodriza—, lo que llevaría a Bill Hansson a establecer que ese aroma desarrolla en los pequeños un mecanismo de supervivencia, o sea, el reflejo de succionar. Cuestión de feromonas, esas sustancias químicas que, en este caso, conducen a la alimentación y, en otros, al ayuntamiento, cuya función, según el credo o la ideología, podría desembocar en la procreación.
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Pues a mi nunca me ha gustado el olor de los bebés, ni siquiera recién bañados. Igual por eso nunca se me ha despertado el instinto maternal
Saludos.
Para agradar años curas.