La guerra que viene (El control del mundo III)

Trump ha sobrevivido. El hombre de BlackRock falló. Y parece que ven peligrar sus intereses en Ucrania, el Cártel Bancario Internacional ha mostrado su cartas. ¿Democracia? Por supuesto, siempre que ganemos nosotros.

Compramos a los políticos y los medios que les dan la razón, a los que interesa. Compramos la educación y enseñamos lo que nos conviene y como nos conviene. Robamos la democracia y nos mostramos como sus adalides para imponer nuestros intereses en cualquier parte del mundo.

Al más puro estilo del viejo Henry Ford: pueden tener el coche del color que quieran, siempre que lo quieran negro.

¿Izquierda, derecha? Gays sí, gays no, feminismo sí, feminismo no. El fondo es exactamente el mismo. Nada perturba la lógica inexorable del capital mientras nos distraen con debates estériles.

Y los partidos acuden a las elecciones con eslóganes de cambio donde nunca cambia nada.

Lo imperdonable no es la ausencia de democracia. Lo imperdonable es que nos hayan hecho creer que sí, que nos hayan lavado el cerebro desde el principio para aceptar lo inaceptable, que hayan desplazado tanto el marco del debate que ya apenas existe salvo en lo anecdótico.

Y todo para enriquecerse. Las élites de hoy carecen de cualquier virtud moral, si es que alguna vez la tuvieron. De cualquier virtud intelectual, salvo los medios para aplastar las del resto. Son unos pobres seres sin principios ni intelecto pasto de su hedonismo y de sus propias debilidades.

Ni siquiera se puede reconocer el talento para el engaño cuando proviene de disponer de los medios para ello. Ha de ser todo oscuro, complicado, inaccesible para la plebe, que no comprendan. Que vivan y mueran sin comprender. Qué grandes demócratas. O qué grandes hipócritas.

Y a los que predican el interés del pueblo, los tildan por supuesto de populistas. Han reescrito la historia a su conveniencia y la que no, la han borrado. Lo que determina a estas sociedades es la total y completa ausencia de verdad.

Y han fallado, por escasos centímetros, pero han fallado. En esa bala hay más del destino de la humanidad de lo que podamos pensar, por lo menos de nuestro tiempo. Porque esa bala es una declaración de guerra hasta las últimas consecuencias.

Podrían haber vivido exactamente igual con unos cuantos miles de millones menos. Sin diferencia. Supongo que a eso se refieren cuando dicen que la avaricia rompe el saco. Y a eso me refiero cuando hablo se seres hedonistas víctimas de sus propias debilidades, enfermos, adictos.

Porque, al fin y al cabo, ¿qué son todos esos miles de millones? No son absolutamente nada. Lo único real es la capacidad de trabajo de las personas. Eso es lo que roban y de eso es de lo que se enriquecen. La economía financiera es el multiplicador último de tal expolio, sumado a la capacidad de imprimir moneda e imponer su demanda.

Todo en la economía es mentira, no hay punto de encuentro entre la oferta y la demanda, es un cuento de hadas. La oferta genera la oferta y fija el precio. Ésa es la realidad cuando se opera desde una posición de poder. Y ése es el caso del capital en nuestras sociedades.

Y BlackRock es el primer fondo de inversión por valor de activos. Lo que valga o no valga es otra cuestión. Siempre hemos tenido problemas con el valor de las cosas. ¿Cuánto vale un vaso de agua para alguien que no tiene sed? Probablemente nada. Para alguien que se está muriendo de sed, probablemente la vida. Y así nos tienen, pagando con la vida por un miserable vaso de agua. Por las necesidades más elementales, si se tiene la fortuna de llegar a cubrirlas.

Así que la pregunta nunca debió ser cuánto vale. La pregunta es cuánto cuesta. Lo contrario es la explotación del débil como institución económica. Y eso es lo que sucede cuando el capital financiero fija las normas del juego.

Lo que se describe en el párrafo anterior es la teoría del valor de Marx. Y sienten pánico, aunténtico pavor, pues es una verdad obvia que cuestiona de raíz su beneficio espurio. Pero creo que lo que no le pueden perdonar a Marx y a los comunistas en general, no es en realidad lo violento de las revoluciones, más ríos de sangre han corrido, ni los errores en la gestión, más desastres sigue causando el capitalismo: lo que no le pueden perdonar a Marx es que no esté equivocado.

Los erradicaron, prácticamente, a sangre y fuego, hasta consentirlos a lo sumo en la irrelevancia, tras controlar el sistema educativo y lo medios de comunicación, el relato cultural hegemónico. Y si permitieron un residuo fue nada más para presumir de su falsa libertad. Es una celda de cristal. No ves las paredes. Ni las vas a notar. Porque nunca vas a salirte del camino.

Los anticomunistas son los primero creyentes en Marx. Precisamente por la capacidad para entender sus tesis son conscientes de su peligro: si en un contexrto democrático, las masas votan una y otra vez en función de sus intereses de clase, el desenlace es la democrática “dictadura” del proletariado.

¿Solución? Eliminar la democracia. Pero cómo hacerlo sin despertar el rechazo al absolutismo.

Educación, medios de comunicación, relato cultural. Ingeniería social, dirían otros. Operaciones psicológicas, tal vez otros. Hasta la “doctrina del shock” cuando es necesario. Nos pastorean como a ovejas. Y nos esquilan hasta el matadero, eso es todo.

Algo debió ya intuir Marx cuando cerraba el manifiesto comunista con aquel “proletarios de todos los países, uníos”. No hay otra manera, cuando en una nación toma el poder el interés del pueblo, por una vía u otra, la guerra por tierra, mar y aire se sucede hasta que se toma de nuevo.

No puede terminar la explotación a través de la economía, es su modus vivendi. Y si tuvieran una cierta talla intelectual, habrían diseñado vías para la convergencia de intereses. Todo lo contrario, nunca tienen suficiente, cualquier mejora en la productividad de traduce en mejoras marginales para los trabajadores y en ingentes plusvalías. Llevamos con la jornada de 8 horas desde antes de la informática en sociedades tan enfermas que ni siquiera brindan las condiciones para sostener la demografía.

Su avaricia nos tiene sumidos en una miseria asfixiante. Nos deslumbramos con la tecnología que sólo provee de sucedáneos de lo que es la vida real, reservada para las élites. Sin un trozo de cielo, una ráfaga de aire, una ola del mar. Sin el más elemental espacio. Con cada vez peor oxígeno. Sin apenas poder respirar. ¿Y las relaciones? Otro producto de mercado, de interés y conveniencia, nada más allá de lo que se pueda contabilizar. Han jodido al ser humano. Hasta el punto de que la mayoría de personas no recuerdan qué es tal cosa.

El régimen de libertades que promueven no es mucho más que una forma de poder exprimir más, y si están tristes que se droguen o se busquen a través del mil relaciones vacías sin hallarse nunca, con orientaciones lo más extremas posibles pues la riqueza está en la diversidad del catálogo.

Y si no son drogas son antidepresivos, o el juego o cualquier cosa que jamás cuestione el sistema bajo el que se hallan. Que no exista otra manera.

Y ésa es la lógica que quieren exportar al resto del mundo. Ésa es la manera en la que pretenden conquistar el planeta y, como cualquier supervillano, someter y explotar a la humanidad. Destruirla, en realidad. Ojalá fuera el argumento de un tebeo.

Siendo así las cosas, y en vista del omnímodo poder financiero del que hacen gala, no va a ser fácil cambiar las cosas. Hacerles entrar en razón, imposible. Como tratar de desintoxicar a un adicto con sabiduría.

Las libertades nunca fueron en realidad el eje de la cuestión, en mi generación ya entendíamos perfectamente que cada uno debía encontrar su propio camino sin ser sojuzgado por ello, por más que sea inevitable que los demás tengan su propia opinión. Lo que vino después es meterlo con embudo. Lo que la final es lo mismo, el mismo embudo, lo único que ha cambiado es lo que se introduce a través de él.

El eje de la cuestión, que es el económico, nunca ha estado en cuestión. Marx tenía muy claro que la libertad son una serie de condiciones materiales. Sin ellas, la libertad se reduce a la libertad de venderse. Y para quien fabrica el dinero por el que te vendes, convierte el mundo en un festín.

Es una esclavitud algo más sofisticada, nada más. Y se llega a observar la lamentable circunstancia de personas reivindicando su derecho a venderse. Tan engañados como eso. Lo de “vivan las cadenas” tampoco es nuevo.

Es natural que este tipo de sociedad, aún con sus progresos tecnológicos, sea vista desde fuera como la aberración que es. El desarrollo aquí en lugar de llevar a sociedades más equilibradas, sanas y prósperas conduce a la depresión, el suicidio y el declive demográfico. Es sorprendente que nadie advierta la perspectiva real de los hechos, aunque desde luego no se va a encontrar en la narrativa que promueven los medios.

Lo cierto es que nos están matando. Por su avaricia. Pero no sólo eso, convierten la vida en un tránsito anodino y gris. Y la mayoría de personas ni siquiera disponen del tiempo para advertirlo.

No es de extrañar que haya un rechazo absoluto a tal tipo de proyecto más allá de las fronteras de su control y también de puertas adentro por parte de quienes son conscientes de la situación.

¿Y qué pinta Trump en todo esto? Desde luego no tiene nada que ver con Marx, por si alguien pudiera tener alguna peregrina duda. Sucede que no es un hombre del sistema. Se enriqueció con la vieja economía de bienes raíces, cultivó una imagen pública con algo de presencia en los medios, y hasta al mejor perro pastor a veces se le descarrían las ovejas.

Cuando han querido quitarlo del medio han fallado, y ahora parece que ya es demasiado tarde. ¿Qué cabe esperar? Una batalla encarnizada, hasta el punto de que repetir la pretendida operación con éxito podría fracturar al país. El capital financiero parece que ha sumado otro enemigo a su lista.

Y el enemigo de mi enemigo… Sobre todo cuando nos hallamos todos bajo la bota de ese enemigo sin capacidad de zafarnos por nosotros mismos. Cada pueblo seguirá el camino que tenga a bien encontrar. Precisamente la pretensión de imponerse modelos los unos a los otros es lo primero que debería terminar, pues es la definición misma de conflicto.

Y es en momentos como este, cuando los intereses quedan alineados, cuando se abren ventanas de oportunidad para el cambio. Hay una maldición china que reza: ojalá te toque vivir tiempos interesantes. Qué duda hay de que estos lo son.