Bastián Baltasar Bux se sentía atrapado entre pantallas. Cada día, al despertar y antes de acostarse, revisaba sus redes, donde el acoso era constante, silencioso y voraz. A diferencia del colegio, donde los golpes y las risas burlonas se detenían al sonar la campana, en el mundo virtual no había un final. Allí, los insultos fluían sin descanso, como si fueran impulsados por una máquina de odio perpetua. Todo …