Mientras en Moscú, Teherán y Pekín tenemos en el puente de mando a gente que parece saber jugar al ajedrez, en Washington se dibuja un elefante en la cacharrería. Como Boris Yeltsin en la Rusia de los noventa, Donald Trump es un líder con gran instinto e intuición. No ganó las elecciones en su país por casualidad. Supo aunar el interés de los mega millonarios atraídos por las bajadas de impuestos, con el descontento popular por el deterioro del nivel de vida regado con los bajos instintos xenófobos y anti woke del populacho y el hartazgo hacia