Todo el mundo, hasta esos abogados, tiene derecho a creer en ese Dios, del mismo modo que hay quien cree que las vacunas no sirven para nada o que la Tierra es plana. Creer cosas extravagantes no es delito. Lo grave es que una juez les tome en consideración. Sobre todo, porque hay una víctima cuya voluntad explícita no se cumple.