Jodó, el tío en el punto más alto, alcanzó los dos metros. Con esa altura y los 8,90 m de alcance, me sale que estuvo en el aire 1,3 segundos, la velocidad horizontal del salto 7 m/s y la vertical, 6,5 metros/s. O sea, la velocidad inicial fue de casi de 9,5 m/s y el ángulo del salto, unos 42⁰. El salto perfecto. No sé cuánto influiría el viento de 2 m/s del aire.
He redondeado la gravedad a 10 m/s2 y algunos decimales
Un amigo fue al bingo con compañeros de clase de la universidad. Le tocó el premio gordo de la noche. Se corrieron una juerga de campeonato con las ganancias. Jamás ha vuelto al bingo, porque sabe que aquello fue una suerte que no se repite más. Nos echamos buenas risas al recordarlo.
#1 Ya, pero la noche siguiente dormías 12 horas de un tirón. Yo recuerdo que al volver del viaje de estudios en 3⁰ de BUP, dormí 18 horas seguidas. Durante el viaje habría dormido 20-25 horas en una semana
#8 Totalmente de acuerdo. Estar con niños pequeños no es perder el tiempo, es recuperarlo, y es comprender lo que hicieron tus padres por ti. Y es un vínculo con los hijos para siempre. Es pura naturaleza, ocuparte y disfrutar de tus hijos. Jamás lo consideré tiempo perdido. Y los recuerdos quedan imborrables en tu mente y en la de ellos
Tengo amigos que son maestros de infantil. Cuentas que muchos niños de tres añitos vienen sin control de esfínteres, con mucho menos desarrollo del habla, mucho más irritables, se aburren muy pronto y tienen menos capacidad de concentración para hacer las actividades. Pone los pelos de punta. Y luego, los padres exigiendo mil cosas que no hacen con sus hijos.
Se están perdiendo los mejores años de los hijos. No es una carga criarlos, es una nueva forma de recordar la infancia. Y sorprende lo rápido que aprenden las letras, los números, los colores,... cuando se los enseñas con juegos, como cosquillas si no aciertan, o subirse encima de ti a caballo, cuando aciertan.
Cuento una anécdota personal. La maestra de mi hijo les pide con cinco años que escriban todos los números que sepan. Al rato mi hijo le pide otra hoja.
-¿Pero cuántos números has escrito?
-125, dice mi hijo
La maestra mira la hoja y no falta ninguno.
-Está muy bien, ya vale, no hace falta más.
Lo mejor era cómo me lo contaba a mí. Sorprendida y divertida.
El otro hijo estaba aprendiendo a leer, antes que en la escuela, porque quería leer los cuentos. Con paciencia y diversión por mi parte, le voy explicando paso a paso. De repente, lee una línea de un tirón.
-¿Papá, qué tal lo he hecho?
-Muy bien. Estaba yo realmente sorprendido.
-¿Y qué he dicho?
Estaba tan concentrado en leer que no había entendido nada.
Unos recuerdos imborrable para toda la vida. Lo que se van a perder los padres que solo saben dejar el móvil.
Siento el tocho. Soy de la quinta del abuelo Cebolleta.