Al cumplir 60 años empecé a considerar una idea que para cualquiera hubiera caído por su propio peso: ya no tenía edad de seguir leyendo tebeos. Hasta el amor al rock & roll, que para mí fue lo que la revolución a quienes tienen conciencia política, como un fulgor juvenil —lo que es objetivamente la pasión por el ritmo del diablo—, se ha ido atemperando con el curso del tiempo. Son tantos los placeres de antaño que he ido dejando atrás a medida que me acerco al ocaso, que llegué a pensar que con los cómics iba a ser lo mismo.
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