Es una pena, pero ya no hay republicanos. Ahora parece que todo el republicanismo se concentra en rechazar al rey y su mandato de sangre. Eso está muy bien, seguramente, pero no se trata sólo de eso.
Republicano es el que cree que todos los ciudadanos son iguales ante la ley, sin importar su nacimiento. De ahí parte la idea de que nadie puede ser rey por su cuna, ni noble por su cuna, ni privilegiado por su cuna.
Pero de ahí debe nacer también la idea de que no pueden existir fueros, ni comunidades forales, ni comunidades históricas, porque nadie puede tener distintos derechos por nacer en distinto pueblo. Y resulta que los que se dicen republicanos no creen en eso. Los que se llenan la boca con la palabra República apoyan luego el concierto vasco, el fuero Navarro y las dos velocidades para las autonomías, como si hubiese españoles de primera, segunda y tercera categoría.
Los que se dicen republicanos defienden una ley asimétrica para hombres y mujeres, en que el maltrato sólo es maltrato cuando lo ejerce el varón sobre la mujer y no viceversa.
Los que se dicen republicanos no creen en la custodia compartida, ni en la equivalencia del delito de privar de la pensión con el de privar de las visitas.
Los que se dicen republicanos defienden la lengua como barrera de entrada para las oposiciones de su pueblo, no creen en normas comunes y jalean la desobediencia a las leyes como máxima expresión de una voluntad popular que sólo es popular si coincide con la suya.
No hay republicanos: sólo queda un puñado de vividores que se visten con la bandera tricolor para evitar la vergüenza de que les veamos en su desnuda impudicia de ventajistas.
No hay republicanos, amigos. Sólo quedan caraduras, impostores y devotos de la Ley del Embudo.
Si hubiese republicanos, no habría hechos diferenciales, ni discriminación positiva ni hostias en vinagre. Sólo un grito de igualdad.
¿Pero quién quiere igualdad? Venga, hombre, no jorobes...