Durante más de una década, Vladimir Tkachenko no fue el mejor jugador de Europa pero probablemente sí el más popular. Desde su aparición con la selección soviética a mediados de los 70, con apenas 16 años y ya por encima de los 2,10 de altura, Tkachenko se convirtió en un mito deportivo y estético. Eterno pívot de la URSS y el TSKA de los años ochenta, aquella mole representaba a su manera el otro lado del telón de acero: lo desconocido, lo temible.
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