Vladímir Putin, presidente de Rusia, me recibe en su dacha, con el torso desnudo y sudado. -Perdona, estaba haciendo algo de ejercicio -me explica, mientras se pasa una toalla por el pecho-. No hay nada como comenzar la jornada haciendo tres mil setecientas flexiones con un cerdo de setenta kilos subido a la espalda.
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