Comía con la cadencia de quien respira, aquel estómago era un fondo abisal y el verbo saciarse no acertaba a conjugarlo la niña en primera persona. Alarmados los padres, un día hicieron la prueba cuando la hija contaba con cuatro años: En la cena, le pusieron delante una caja de galletas de casi un kilo. -No puede comerse la caja entera, Valentín -hablaban atribulados los padres en la cama-. No puede ser. Le pasaría algo... Se la comió entera. A la mañana siguiente, allí estaba 'la pitu' (de pitufa), tan pancha y recién levantada.
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