No es realismo mágico. No es un pueblo al que le cayó una maldición que convirtió el agua potable en salada. Pero en Montevideo se abre la canilla y el agua está salada. Se siente apenas toca la lengua. Definirla como salada es poco. Tomarla produce el reflejo de escupir. El gusto del agua en la capital de Uruguay no es ficción. Tampoco es ficción que falten los bidones de agua mineral en las cadenas de supermercados. Ni la reposición constante en los hiper más grandes, donde se ven carteles de "venta sólo para consumo familiar".
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