Los mercadillos no sólo son el lugar idóneo para conseguir licras, perfumes y bolsos a precio de ganga sino también para deleitarnos con el peculiar uso del lenguaje de los vendedores, generalmente a voz en grito (“¡Me los quitan de las manos, mecheros sumergibles a 50 céntimos!”), pero también en formato escrito, con esa singular mezcla de descaro, ortografía libre y humor calé que tanto nos gusta.
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