En junio de 1936 el general Mola estaba preocupado. Preocupado y asustado. Llevaba ya un tiempo convencido de la necesidad de dar un golpe de Estado que derribara la República y sus intenciones se agravaron aún más con la victoria del Frente Popular en las elecciones. Pero no le salían los cálculos. El general Mola era un buen gestor y había estado contando votos en las elecciones, soldados, plazas fuertes y había tenido en cuenta graves problemas logísticos, como el Estrecho de Gibraltar.
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