Enrique Flórez, tras su jubilación, ha comenzado una nueva vida partiendo de cero en una de las aldeas más solitarias y hermosas de Asturias. Su máxima: «siempre hay que empezar algo nuevo». En la aldea de La Focella «una noche de Luna, que parecía que podías alcanzar las estrellas con sólo estirar los brazos, salí a dar un paseo. Al doblar la esquina y acercarme a la huerta se me heló la sangre. Un lobo sorprendido, estaba en la penumbra inmóvil frente a mí. Sus ojos rojos y encendidos me paralizaron». No lo sabía, pero aquel camino...
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