Al parecer un señor de un partido político, que ahora es un cargo público, envió hace unos años en Twitter unas bromas sobre un par de formas horripilantes que tenemos de matarnos. A la oposición le ha parecido oportuno señalar esas bromas y comentarlas. Hasta ahí nada que reprochar a nadie. Un político deja escritas una reflexiones y otros políticos las rescatan para nosotros. Nosotros, los ciudadanos, atendemos al contenido, decidimos que nos parece relevante, lo comentamos y lo debatimos. Todo bien.
Ahora viene lo que esta mal hecho y lo que se va a seguir haciendo mal como triunfe la autocensura. Mal hecho esta que el cargo público cierre su cuenta de Twitter a causa de esto. Eso es lo que hace la "vieja política", y especialmente los paletos de pueblo subidos a algún cargo público que siempre acaban pidiendo perdón por sus ocurrencias en Twitter, y acto seguido cierran su cuenta y evaporan a sus avatares de las redes. Pero ellos no se evaporan, ellos siguen adheridos al cargo trasteando con las mismas ideas que han censurado.
Se lo hemos visto hacer miles de veces a los miembros de las juventudes de un popular partido, que acaban siendo los únicos mozos que no tienen cuenta de Twitter en el mundo. Los pobres se han quedado sin poder expresar sus opiniones políticas más inmediatas en una red social que es ideal para que el pueblo sepa por donde discurren estos muchachos. Ahora ellos siguen con su partido y sus ideas, pero la ciudadanía les ha perdido la pista, desconoce por dónde van a salir y los desaguisados que nos preparan, tal y como pasaba antes con los políticos, que en una de esas te los encontrabas invadiendo Polonia porque no habías tenido posibilidad de ir tomándoles el pulso.
Cerrar la cuenta de Twitter no es la "nueva política", es justo lo contrario. Pero peor que eso es empezar a cerrar la boca y tratar de no molestar al pueblo. Los políticos están entre otras cosas para molestar, y los cargos públicos están para molestar aun más. Gobernar es disgustar, decía Anatole France. Pero hay que molestar con claridad y honestidad, los políticos tienen que expresar claramente sus ideas, con luz y taquígrafos como se dice, para que ellos nos puedan molestar con fundamento y nosotros podamos rebatir sus ideas sin equivocarnos sobre lo que estamos enfrentando.
Lo peor que podemos hacer es darle algún valor a las opiniones de nuestros cuñadetes oscurantistas, que con ánimo de penalizar las ideas que les escandalizan animan a los políticos a ocultar sus ocurrencias más atrevidas (y quizá geniales) o sus peores miserias debajo de la alfombra, hurtando al pueblo la información, la reflexión y el debate sobre la ideología de sus políticos, para que al final una élite de maquiavelos haga en silencio o tras la demagogia y el populismo lo que les venga en gana por "el bien del pueblo", por su bien o por el bien de alguna deidad vikinga.
Al político hay que decirle que si cree que tiene una idea importante, atrevida, hiriente, fresca o innovadora, que la suelte en el Twitter con despreocupación y alegría, y ya el pueblo decidirá con información de primera mano sobre sus ideas y sentimientos. Porque el pueblo es mayorcito para decidir lo que le interesa y debatirlo. Y le gusta echar broncas. Y si una masa enfurecida le va a poner verde en las redes sociales, pues es lo que tiene el ágora. Esa es la gracia de la democracia. Tiempo hay de disculparse o de seguir a la carga con sus ideas, pero que no se las esconda al pueblo, para luego tratar de introducirlas de forma subrepticia en sus políticas.