Dar saltos, querer sortear los pasos de cebra solo pisando las líneas blancas -cosa que aún a veces me permito-, alinear cualquier objeto hasta el extremo o sumar los números de las matrículas de los coches no pasaban de la anécdota. El problema llegó cuando a los 14 años esas mal llamadas manías se convirtieron en rituales que me atrapaban durante minutos e incluso horas.
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