El jueves 22 de septiembre de 2011 Nora Ayala, 16 años, de familia de clase media sin apuros, como muchas de sus amigas que acabaron enganchadas a la cocaína por la misma red que las prostituía, no quisó ir a su clase de Tercero de la ESO. Vivía en una urbanización con parque y piscina, en un primer piso amplio. Su madre, Teresa Ponce, 48 años, croupier en el casino de Mallorca, abrió la puerta de su cuarto y no la encontró.
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