Vida en Venecia

Trabajaba desde hacía 10 años en un negocio familiar situado a las afueras de un pequeño pueblo de Murcia y las cosas no me iban muy bien. Así que tenía mucho tiempo libre y decidí acudir a la entrevista de trabajo. Me aburría mucho y tenía tiempo para compaginarlos. Me eligieron rápidamente, más que nada porque nadie más se presentó para el puesto.

Recibí una breve formación de unas horas y al día siguiente me presenté en las oficinas, optimista y motivado. Pegué un sorbo al café y recibí la primera llamada. Descolgué el teléfono:

-Teléfono de la Esperanza, mi nombre es Ataulfo, ¿en qué puedo ayudarle?

-Hola Ataulfo, mi nombre es mmmm…Gerardo, sí, eso.

Yo conocía esa voz. Era Ginés, el hijo del estanquero.

-Dígame, Gerardo, ¿cuál es su problema?

-Pues mire, mi mujer me dejó por mi hermano y justo cuando parecía que iba a superarlo me diagnosticaron una enfermedad mortal que…

-¿Cuánto tiempo le han dado de vida?

-Un año más o menos.

-¿Tiene hijos?

-No

-¿Algún familiar?

-Mi hermana, pero no nos hablamos. Vive en Argentina desde hace años y…

-¿Algún trabajo que le motive?

-Llevo en paro desde hace 4 años…

-¿Ha pensando en el suicidio?

-Esto emmm…no he llegado a tanto...

-A ver Gerardo: no tiene familia, no tiene empleo, no tiene nada que le motive…¿es así?

-Si, por eso llamo…necesito razones para seguir…

-¿Y por qué debería seguir?

-¿Cómo? Oiga, pero esto es el Teléfono de la Esperanza…¿no?

-Sí, lo es. Y le estoy preguntando que por qué debería seguir, quiero decir…tenemos esa extraña y molesta costumbre de dejarnos llevar por la inercia…vivir, ¡hay que vivir! Eso son gilipolleces, amigo. La esperanza es un sentimiento muy peligroso, puede volver loco a un hombre…

-Pero oiga, yo…se supone que usted…

-No llore, por favor. Tenga algo de dignidad por una vez. Su mujer le dejaría por algo, ¿no?

-Sí, decía que era un perdedor…

-Pues agárrese a esa verdad y tome una decisión de ganador por una vez.

-¿Me está diciendo que me suicide?

-Mire, si pone usted su coche en marcha dentro del garaje y mete un tubito en…

-Oiga, ya sé cómo se hace.

-¿Ve? Eso es que lo ha pensado. No es usted tan perdedor como cree. Ha logrado ser pragmático y valiente por unos instantes. Ahora solo tome esa decisión. Tenga dignidad por una vez en su vida.

-¿Usted cree?

-Nadie le va a echar de menos.

-Oiga, pues creo que…gracias.

-De nada, Gerardo y deje de llorar. Le espera una vida mejor créame. Un saludo cordial y ánimo. Y recuerde que lo del tubito y el coche es indoloro.

-Se lo agradezco, creo que me siento mejor. Seguiré su consejo. Adiós, adiós...

¿Y por qué no?, me pregunté. ¿No debía ser reconfortante la esperanza por encima de cualquier otra cosa? ¿Por qué alargar el sufrimiento de aquellos que nunca dejarían de sufrir? La vida es muy complicada, solo unos pocos tienen la suerte de nacer en el momento y en el lugar adecuado. ¿Por qué engañar a la gente? ¿Por qué no llevarles calma y paz ayudándolos a coger el camino de la rendición? Mientras meditaba sobre todas estas cuestiones, pasaron dos horas y por fin volvió a sonar el teléfono.

-Teléfono de la Esperanza, soy Ataulfo. ¿En qué puedo ayudarle?

-Hola, soy Ricardo. Estoy pensando en suicidarme.

Ricardo, el hijo del rico del pueblo. Tan pagado de si mismo que era incapaz de ocultar su nombre.

-A ver, tranquilo Ricardo. ¿Qué le ha llevado a tomar esa decisión?

-Mi novia me ha dejado.

-¿Qué edad tiene usted?

-31 años.

-Pero es usted muy joven.

-¿Y? ¿No puede una persona joven y con el mundo por delante, querer dejar de vivir?

-Pero a ver…¿en qué trabaja?

-Soy arquitecto. Tengo mi propio negocio, aquí en el pueblo.

-¿Y le va mal?

-No, la verdad es que va muy bien.

-¿Tiene amigos?

-Bastantes.

-¿Familia?

-Sí, tengo familia y son encantadores la verdad, los quiero mucho.

-Entiendo…¿y se quiere suicidar porque su novia le dejó?

-Nunca encontraré a nadie como ella.

-Y tiene usted razón.

-¿Cómo?

-Que tiene usted razón. No se engañe. Veamos, ¿cuántas novias ha tenido usted?

-Pues unas 4 o 5, creo…

-¿Alguna como ella en la cama, Ricardo?

-Ninguna. Rosarito era…era increíble.

-¿Conversaban durante horas en la cama sobre cualquier cosa y reían juntos hasta el amanecer?

-¡Sí! ¡Era maravilloso! Dios, cuánto la echo de menos. ¿Cómo sabe usted eso?

-Ricardo, lo sé porque yo también estuve enamorado hace mucho. Y me dejaron. Nunca volví a conocer a nadie así. Desde entonces voy dando tumbos en mi vida, engañándome y creyendo que alguien así volverá a mi vida, pero amigo…siento decirle que hay trenes que sólo pasan una vez por la estación de nuestro corazón.

-Oiga, ¿no se supone que usted debe convencerme para que no…?

-Mire, siempre hay un amor...ese amor. Nos pasa a casi todos. Nos deja una marca indeleble, nos hiere, nos destroza y luego se va. Lo demás no es más que una estúpida huida hacia delante para tratar de sustituir y olvidar, pero amigo, déjeme decirle algo: eso nunca ocurrirá. Nunca olvidará a Rosarito.

-Pero, bueno…la llamé ayer y la invité a hablar. Dentro de unos días volverá al pueblo para ver qué podemos hacer…incluso he comprado dos billetes a Venecia. Ella siempre quiso ir allí y creo que sería una oportunidad para arreglarlo. Dice que es la ciudad más romántica del mundo…

-¿Arreglarlo? Créame, Ricardo, cuando se corta una vez, ya todo va cuesta abajo. No conozco a ninguna pareja que haya logrado superar una primera ruptura. Lo que usted tiene con Rosarito está tocado de muerte. ¿Venecia? Por favor, no me sea hortera, tenga algo de dignidad.

-¿Usted cree?

-Estoy completamente seguro. La primera ruptura es el ojo de un huracán de inseguridades, dolor y autodestrucción.

-Sí, tal vez tenga razón, esa jodida zorra me ha dejado…

-Y seguramente por otro…

-¿Usted cree?

-Mi consejo es sencillo: hágalo.

-¿Qué haga el qué? ¿Qué me suicide?

-Si, amigo, y de la forma más trágica. Váyase de este mundo lanzándole un mensaje a Rosarito. Hágala sentir culpable por toda su vida.

-Pero oiga, eso es terrible…

-No, amigo, eso no es terrible. Lo que es terrible es lo que viene ahora: el desamor, el abandono, la soledad, el futuro sin asideros a los que agarrarse. No hay esperanza en el horizonte, se lo aseguro.

-Tiene usted razón…

- ¿En qué piso vive usted?

-En un quinto.

-Puede que no sea suficiente. Meta su coche en el garaje y abra un poquito una ventanita, póngalo en marcha y conecte un tubito que vaya desde el tubo de escape hasta el huequito de la ventana. Es indoloro y más rápido de lo que se cree.

-Gracias, Ataulfo. No sabe cuán agradecido le estoy.

-Déjese de gracias y baje ya al garaje antes de que comience a dudar.

-Gracias, gracias, de verdad…

Mi turno terminó. Desgraciadamente nadie más llamó, pero mañana seguro que podría ayudar a alguien más. Cogí mi abrigo y me dirigí a casa andando, tranquilo y feliz, por primera vez en mucho tiempo. En el salón me esperaba Reme.

-Cariño, la cena está lista. Te veo contento.

-Sí…

-¿Qué tal en la funeraria? ¿Es que comenzamos a remontar?

-Pues sí, preciosa. Creo que las cosas van a empezar a ir de muerte.

-Jajajajaja, siempre el mismo chiste. A ver si esta vez es verdad.

Le sonreí y le di un beso. Comenzaba a sonar la entradilla de First Dates, mientras Reme abría una botella de lambrusco del Mercadona

-¿Oye Reme, tú has estado alguna vez en Venecia?