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Vida cotidiana en los castillos: chimeneas y tabucos

Las cámaras de la torre del homenaje eran cualquier cosa menos acogedoras y confortables. Antes al contrario, eran lúgubres, oscuras y, sobre todo, frías como una puñetera cripta. Por las rendijas de las ventanas se colaba un aire gélido y, en muchos casos, durante todo el día debían alumbrarse con lucernas debido a que las únicas entradas de luz eran estrechas aspilleras. La humedad se filtraba por los gruesos muros, y las horas debían correr más despacio que un caracol con reuma.

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